sábado, 28 de marzo de 2020

Quietud y silencio




Es maravilloso constatar cómo conseguimos grandes cambios en la quietud más absoluta. Porque no es solo que el silencio sea curativo, también lo es la quietud. Ante todo hay que decir que el silencio en quietud es muy diferente al silencio en movimiento. Está demostrado científicamente que los ojos que no se mueven propician en el sujeto una concentración mayor que si se tienen en movimiento. Al moverse es muy fácil, casi inevitable, estar fuera de nosotros. La quietud, por contrapartida, invita a la interiorización. Es necesario pasar por la quietud para adiestrarse en el dominio de sí, sin el que no puede hablarse de verdadera libertad.

En la meditación no hay, al menos en apariencia, un desplazamiento significativo de un lugar a otro; hay más bien una suerte de instalación en un no-lugar. Ese no-lugar es el ahora, el instante es la instancia.

Tras mucho pensarlo, he concluido que lo que más me gusta de meditar es que resulta un espacio –un tiempo- no dramático. A quien no medita le gusta, por lo general, vivir con emociones; a quien medita, en cambio, sin ellas. Al meditar se descubre que a la vida no hay que añadirle nada para que sea vida y, todavía más, que todo lo que le añadimos la desvitaliza.

Meditar es, fundamentalmente, sentarse en silencio, y sentarse en silencio es, fundamentalmente, observa los movimientos de la propia mente. Observar la mente es el camino. ¿Por qué? Porque mientras se observa, la mente no piensa. Así que fortalecer al observador es el modo para acabar con la tiranía de la mente, que es la que marca la distancia entre el mundo y yo.

Sentándome y observándome he posibilitado esos chispazos o intuiciones que me han descubierto quién soy mucho más que reflexionando sobre mi personalidad por la trillada vía del análisis. Cuando me siento y me observo, no pasa por lo general mucho tiempo hasta que me descubro en otro lugar: me he escapado de mí y debo regresar.

Yo medito exactamente como vivo: con miedos, con imágenes, con conceptos… Nadie se sienta a meditar con lo que no es.

Pero no basta con sentarse en silencio, hay que observar lo que sucede dentro: esas son las reglas del juego. La observación, la contemplación, es efectiva. Mirar algo no lo cambia, pero nos cambia a nosotros.








sábado, 21 de marzo de 2020

Thomas Merton: Contemplación: preferencia por el desierto




En La oración contemplativa, obra a la que pertenece el capítulo XV, Thomas Merton nos lleva al corazón de la contemplación: «Debemos dejarnos llevar desnudos e inermes al centro de ese pavor en el que nos encontramos solos frente a Dios, en nuestra nada sin explicación, completamente dependientes de su providencia, en una necesidad apremiante del don de su gracia, su perdón y la luz de la fe…», porque «la verdadera contemplación no es un truco psicológico, sino una gracia teologal».


XV

La oración contemplativa es, en cierto modo, simplemente la preferencia por el desierto, el vacío, la pobreza. Cuando uno ha conocido el sentido de la contemplación, intuitiva y espontáneamente busca el sendero oscuro y desconocido de la aridez con preferencia a ningún otro. El contemplativo es el que más bien desconoce que conoce, más bien no goza que goza, y el que más bien no tiene pruebas de que Dios le ama. Acepta el amor de Dios en fe, en desafío a toda evidencia aparente. Ésta es una condición necesaria, y muy paradójica, para la experiencia mística de la realidad de la presencia de Dios y de su amor para con nosotros. Sólo cuando somos capaces de «dejar que salgan» todas las cosas de nuestro interior, todos los deseos de ver, saber, gustar y experimentar la presencia de Dios, entonces es cuando realmente nos hacemos capaces de experimentar la presencia con una convicción y una realidad abrumadoras, que revolucionan toda nuestra vida interior.
Walter Hilton, un místico inglés del siglo catorce dice en su Scale of Perfection:

Es mucho mejor ser separado de la visión del mundo en esta noche oscura, por muy penoso que eso pueda resultar, que morar fuera, ocupado en los falsos placeres del mundo… Porque cuando estás en esa noche, te encuentras mucho más cerca de Jerusalén que cuando estás en la falsa luz. Abre tu corazón al movimiento de la gracia y acostúmbrate a residir en esta oscuridad, intenta familiarizarte con ella y encontrarás rápidamente que la paz, y la verdadera luz de la comprensión espiritual inundarán tu alma…

La contemplación es esencialmente una escucha en el silencio, una expectación. Y también, en cierto sentido, debemos empezar a escuchar a Dios cuando hemos terminado de escuchar. ¿Cuál es la explicación de esta paradoja? Quizá que hay una clase de escucha más elevada, que no es una atención a la longitud de cierta onda, una receptividad para cierto mensaje, sino un vacío que espera realizar la plenitud del mensaje de Dios dentro de su aparente vacío. En otras palabras, el verdadero contemplativo no es el que prepara su mente para un mensaje particular, que él quiere o espera escuchar, sino el que permanece vacío porque sabe que nunca puede esperar o anticipar la palabra que transformará su oscuridad en luz. Ni siquiera llega a anticipar una clase especial de transformación. No pide la luz en vez de la oscuridad. Espera la Palabra de Dios en silencio, y cuando es “respondido”, no es tanto por una palabra que brota del silencio. Es por su silencio mismo cuando de repente, inexplicablemente revelándose a él como la palabra de máximo poder, llena de la voz de Dios.

Pero no debemos aceptar una visión puramente quietista de la oración contemplativa. No es mera negación. Nadie se convierte en contemplativo sencillamente por «oscurecer» las realidades sensibles, y permanecer solo consigo mismo en la oscuridad. En primer lugar, uno que hace eso como un montaje, a propósito, como conclusión de un razonamiento práctico sobre el tema, y sin una vocación interior, sencillamente entra en una oscuridad artificial que se ha fabricado él mismo. No está solo con Dios, sino solo consigo mismo. No está en presencia del Único Trascendente, sino de un ídolo, el de su propia identidad complaciente. Se ve inmerso y perdido en sí mismo, en un estado de narcisismo inerte, primitivo e infantil. Su vida es «nada» no en el sentido misterioso, dinámico, en el que la nada del místico es paradójicamente el todo de Dios. Es sencillamente la nada de un ser finito, abandonado a sí mismo en su propia trivialidad.

Los místicos renanos del siglo catorce tuvieron que luchar contra muchas formas heréticas de contemplación y contra la pasividad de la voluntad propia, arbitraria, de los que abrazaban la forma quietista de oración de una manera sistemática, dedicándose a cultivar simplemente la inercia como si ella fuera, por sí misma, suficiente para resolver los problemas. De ésos dice Tauler:

Estas personas han entrado en un camino sin salida. Confían totalmente en su inteligencia natural y están totalmente orgullosos de ellos mismos al hacerlo. Nada saben de las profundidades y riquezas de la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Ni siquiera han formado sus propias naturalezas por el ejercicio de la virtud y no han avanzado en los caminos del verdadero amor. Confían exclusivamente en la luz de su razón y en su falsa pasividad espiritual.

El problema que entraña el racionalismo es que se engaña a sí mismo en su racionalización y manipulación de la realidad. Hace culto del «permanecer sin moverse», como si eso en si mismo tuviera un poder mágico para resolver todos los problemas y llevar al hombre al contacto con Dios. Pero de hecho es sencillamente una evasión. Es una falta de honradez y seriedad, una banalidad con la gracia y una huida de Dios. Esto es realmente el «quietismo puro». Pero, ¿podemos decir que algo semejante existe en nuestros días?

El quietismo absoluto no es un peligro omnipresente en el mundo de nuestro tiempo. Para ser un quietista absoluto, uno tendría que hacer esfuerzos heroicos para permanecer sin hacer nada, y tales esfuerzos están más allá del poder de la mayoría de nosotros. Sin embargo, existe una tentación de una clase de pseudoquietismo que afecta a los que han leído libros sobre el misticismo sin entenderlos en absoluto. Y eso los lleva a una vida espiritual deliberadamente negativa, que no es más que una dejación de la oración, por ninguna otra razón que por la de imaginar que, dejando de ser activo, uno entra en la contemplación. Eso lleva en realidad a la persona a estar vacía, sin una vida espiritual, interior, en la que las distracciones y los impulsos emocionales gradualmente los afirman a expensas de toda actividad madura, equilibrada, de la mente y el corazón. Persistir en esta situación de paréntesis puede llegar a ser muy perjudicial espiritual, moral y mentalmente.

El que sigue los caminos ordinarios de la oración, sin prejuicio alguno y sin complicaciones, será capaz de disponerse mucho mejor para recibir su vocación a la oración contemplativa a su debido tiempo, dando por sabido que le llegará su momento.    

La verdadera contemplación no es un truco psicológico, sino una gracia teologal. Sólo nos viene en forma de un regalo, y no como resultado de nuestro empleo inteligente de técnicas espirituales. La lógica del quietismo es una lógica puramente humana, en la cual dos más dos son cuatro. Desgraciadamente, la lógica de la oración contemplativa es de un orden enteramente diferente. Está más allá del dominio estricto de causa y efecto, porque pertenece enteramente al amor, a la libertad, a los desposorios espirituales. En la verdadera contemplación no hay «razón por la que» el vacío nos deba llevar necesariamente a ver a Dios cara a cara. Ese vacío nos puede llevar de la misma manera a encontrarnos cara a cara con el demonio, y de hecho a veces lo hace. Es parte del riesgo de este desierto espiritual. La única garantía contra el enfrentamiento con el demonio en la oscuridad, si es que podemos hablar realmente de algún tipo de garantía, es simplemente nuestra esperanza en Dios, nuestra confianza en su voz, en su misericordia.

Ha quedado claro que el camino de la contemplación no es de ninguna manera una «técnica» deliberada de vaciarse uno mismo, para conseguir una experiencia esotérica. Es una respuesta paradójica a la llamada de Dios casi incomprensible, lanzándonos a la soledad, zambulléndonos en la oscuridad y el silencio, no para retirarnos y protegernos del peligro, sino para llevarnos a salvo a través de peligros desconocidos, por un milagro de su amor y de su poder.

El camino de la contemplación no es, de hecho, camino alguno. Cristo es el único camino, y él es invisible. El «desierto» de la contemplación es sencillamente una metáfora para explicar el estado de vacío que experimentamos cuando hemos abandonado todos los caminos, nos hemos olvidado de nosotros mismos y hemos tomado a Cristo invisible como nuestro camino. Como dice san Juan dela Cruz:

Y así grandemente se estorba un alma para venir a este alto estado de unión con Dios, cuando se ase a algún entender, o sentir, o imaginar, o parecer, o voluntad, o modo suyo, o cualquiera otra obra o cosa propia, no sabiéndose desasir y desnudar de todo ello… Por tanto, en este camino, el entrar en camino es dejar su camino; o por mejor decir, es pasar al término y dejar su modo, es entrar en lo que no tiene modo, que es Dios. Porque el alma que a este estado llega, ya no tiene modos, ni maneras, ni menos se ase ni puede asir a ellos… aunque en sí encierra todos los modos, al modo del que no tiene nada, que lo tiene todo.

Esto podría completarse con las palabras que siguen de John Tauler:

Cuando hemos probado esto en la auténtica profundidad de nuestras almas, nos hace hundirnos y disolver-nos en nuestra nada y pequeñez. Cuanto más brillante y más pura es la luz que se derrama en nosotros por la grandeza de Dios, tanto más claramente veremos nuestra nada y pequeñez. En realidad así es cómo podemos discernir la autenticidad de esta iluminación. Porque es el brillo divino de Dios en lo más profundo de nuestro ser, no por medio de imágenes, no por medio de nuestras facultades, sino en las auténticas profundidades de nuestras almas. Su efecto será hundirnos más y más en nuestra propia nada.

Se pueden sacar dos sencillas conclusiones de todo esto. Primero, que la contemplación es la culminación de la vida cristiana de oración, porque el Señor no desea nada de nosotros más que convertirse él mismo en nuestro «camino», en nuestra «verdadera vida». Esta es la única finalidad de su venida a la tierra para buscarnos, para poder elevarnos, juntamente con él, al Padre. Sólo en él y con él podemos alcanzar al Padre invisible, al que nadie podrá ver y seguir viviendo. Muriendo a nosotros mismos, y a todas las «maneras», «lógicas» y «métodos» propios nuestros, podemos ser contados entre aquellos a los que la misericordia del Padre ha llamado a sí en Cristo. Pero la otra conclusión es igualmente importante. Ninguna lógica propia puede conseguir esta transformación de nuestra vida interior. No podemos argumentar que el «vacío» es igual a la “presencia de Dios”, y luego sentarnos tranquilamente para conseguir la presencia de Dios vaciando nuestras almas de toda imagen. No es cuestión de lógica ni de causa y efecto. Tampoco es cuestión de deseo, o de una empresa proyectada, o de nuestra propia técnica espiritual.

Todo el misterio de la oración contemplativa simple es un misterio de amor divino, de vocación personal y de don gratuito. Esto, y sólo esto, consigue el verdadero «vacío», en el que ya nada queda de nosotros mismos.

Un vacío deliberadamente cultivado, para llenar una ambición espiritual no responde en absoluto al concepto de vacío espiritual. Es la plenitud de uno mismo. Tan lleno que la Luz de Dios no tiene sitio alguno por donde poder penetrar. No hay grieta ni rincón abandonado donde algo pueda encajarse en ese duro corazón, fruto de la autoabsorción, que es nuestra opción de vivir centrados en nuestro propio ser. Y, en consecuencia, cualquiera que aspire a convertirse en contemplativo debe pensarlo dos veces antes de ponerse en camino. Quizá la mejor forma de convertirse en contemplativo seria desear con todo el corazón ser cualquier cosa menos contemplativo. ¿Quién sabe?

Pero, naturalmente, tampoco eso es verdad. En la vida contemplativa, ni el deseo ni el rechazo del deseo es lo que cuenta, sino sólo aquel “deseo” que es una forma de “vacío”, que asiente con lo desconocido y avanza tranquilamente por donde no ve camino alguno. Todas las paradojas acerca del camino contemplativo se reducen a ésta: estar sin deseos significa ser llevado por un deseo tan grande que es incomprensible. Es demasiado grande para ser completamente sentido. Es un deseo ciego, que parece un deseo de «la vaciedad», sólo porque nada puede contentarlo. Y porque es capaz de descansar en la vaciedad, entonces, relativamente hablando, descansa en la vaciedad. Pero no en una vaciedad como tal, en una vaciedad por sí misma. Realmente no existe tal entidad como pura vaciedad, y la vaciedad meramente negativa del falso contemplativo es una «cosa», no la «nada». La «cosa» que se reduce a la oscuridad misma, de la cual todos los demás seres están excluidos deliberadamente y por todos los medios.

Pero la verdadera vaciedad es la que trasciende todas las cosas, y aún es inmanente a todas ellas. Porque lo que parece vaciedad en este caso es puro ser. O al menos un filósofo podría describirla así. Pero para el contemplativo es otra cosa. No es ni ésta ni aquélla. Todo lo que digáis de ella es diferente a lo que se decía. Lo propio de la vaciedad, al menos para un cristiano contemplativo, es puro amor, pura libertad. Amor que está libre de todo, no determinado por nada, o visto en alguna clase de relación. Es un compartir, a través del Espíritu Santo, en la infinita caridad de Dios. Y así, cuando Jesús dijo a sus discípulos que amaran, se refería a una forma de amar tan universal como la del Padre, que envía su lluvia lo mismo sobre justos que sobre pecadores. “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.” Esta pureza, libertad e indeterminación del amor es la auténtica esencia del cristianismo. A esto aspira sobre todo la vida monástica.

sábado, 14 de marzo de 2020

Cuaresma: sanar el sistema del "falso yo"






“El tiempo se ha cumplido y el Reino de  Dios ha llegado;
convertíos y creed en la Buena Nueva”.
(Mc. 1, 12-15)

De nuevo hay un largo período de preparación (Cuaresma, cuarenta días) antes de la festividad principal, que es la Pascua de Resurrección.
La Pascua de Resurrección, con su gracia de resurrección interior, es la curación radical de la condición humana. La Cuaresma, que nos prepara para esta gracia, trata lo que necesita curación.
De acuerdo con la evidencia que nos proporciona la psicología del desarrollo, cada ser humano recapitula las etapas preracionales del desarrollo hacia la plena conciencia reflexiva, por las cuales ha pasado la humanidad entera en su ascenso evolutivo. Durante sus primeros seis meses, el niño está sumergido en la naturaleza y no tiene noción de ser una entidad independiente. A medida que el niño comienza a diferenciar su propio cuerpo de lo que le rodea, su vida emotiva se concentra alrededor de sus impulsos por obtener seguridad y supervivencia, afecto y estima, y poder y control. Las imágenes, reacciones emotivas y el comportamiento gravitan alrededor de estas necesidades instintivas y crean programas que el ser humano ha elaborado y defiende a toda costa porque cree que le traerán la felicidad (o le evitarán la infelicidad). Esto es lo que llamamos centros de energía. Cuando el niño recibe el don de expresarse verbalmente, empieza a interiorizar los valores de los padres, de sus compañeros y de la sociedad que lo rodea, llegando a imaginarse, a valorarse y a apreciarse a sí mismo de acuerdo a los valores y expectativas del grupo.
Cuanto más el niño se sienta privado de la satisfacción de sus necesidades instintivas, tanto más empleará su energía en elaborar programas emotivos diseñados para satisfacer alguna o todas esas necesidades. Cuando estos programas de felicidad se frustran, surgen instantáneamente emociones aflictivas que pueden ser tristeza, apatía, avaricia, codicia, lujuria, orgullo o ira. Si estas emociones son lo suficientemente dolorosas, uno está dispuesto a pisotear tanto los derechos y necesidades de los demás como el bienestar propio con tal de escaparse del dolor. Esto es lo que conduce al comportamiento que llamamos pecado personal. Es el síntoma de una enfermedad. La enfermedad es el sistema del “falso yo”, es decir, la acumulación de los programas emotivos de felicidad que fueron iniciados en la tierna infancia y que se expandieron hasta llegar a ser centros de energía alrededor de los cuales giran los pensamientos, sentimientos, reacciones, manera de pensar, motivación y comportamiento de cada uno.  Llegamos a la plena conciencia autoreflexiva invadidos por una sensación de estar separados de nosotros mismos, de los demás y de Dios. Nos sentimos más o menos solos en medio de un universo potencialmente hostil.
Al aproximarnos a la edad del razonamiento, nuestra conciencia se enfrenta con una encrucijada: de una parte, un deseo vehemente de madurar y de aceptar las obligaciones que esto trae consigo; de otra, el temor a un aumento de responsabilidad y a los sentimientos de culpa que estas conllevan. Jesús se dirige precisamente a este dilema de la humanidad, cuando en la temporada litúrgica de cuaresma proclama “Arrepentíos, que el Reino de Dios está aquí”.
La palabra “arrepentirse” significa cambiar la ruta donde se está buscando la felicidad. La llamada al arrepentimiento es una invitación para que reconozcamos nuestros programas de felicidad basados en necesidades instintivas, y cambiarlos. Este es el programa fundamental de la Cuaresma. Año tras año, a medida que se avanza en el camino espiritual, se hacen más notorias las influencias destructivas que ejercen esos programas de felicidad, y en la misma proporción aumenta el deseo de cambiarlos. Así es como se inicia y se lleva a cabo el proceso de conversión. La culminación de este proceso es la experiencia de la resurrección interior que se celebra en el misterio de la Pascua de Resurrección.
La liturgia de Cuaresma comienza con las tentaciones de Jesús en el desierto, que se dirigen a las tres áreas de necesidades instintivas que todo ser humano experimenta durante su crecimiento. Jesús es tentado a que recurra a la magia, un símbolo de seguridad, para satisfacer su apetito carnal, en lugar de recurrir a Dios; a tirarse del pináculo del templo que le dará fama de milagroso; y a postrarse y adorar a Satanás con el fin de recibir como recompensa el poder absoluto sobre todas las naciones del mundo. Seguridad, admiración, poder, típicamente esas son las tres áreas donde las tentaciones atacan nuestros programas falsos de felicidad.
El verdadero crecimiento humano incorpora todo lo bueno del nivel más primitivo de conciencia cuando asciende a niveles más elevados. Lo único que queda atrás son las “limitaciones” de los niveles anteriores. Para un ser humano en el que el deseo de seguridad no ha sido moderado por la razón, nunca tendrá suficiente seguridad, por más que acumule riqueza y poder. De la misma manera, la persona que no ha ajustado su deseo de ser querido y admirado, puede llegar a necesitar una semana de vacaciones y muchos tranquilizantes para recuperarse de la herida de un comentario o de una crítica a su persona que llegue a sus oídos.
A continuación se cita una parábola que viene de otra tradición religiosa, que puede iluminarnos sobre lo que es el arrepentimiento desde el punto de vista cristiano.
A un maestro de la religión Sufí se le había extraviado la llave de su casa, y la buscaba ansiosamente en el jardín fuera de su casa, revisando cuidadosamente cada hojita de la hierba. Llegaron sus discípulos y le preguntaron al maestro qué le sucedía. – He perdido las llaves de mi casa-, respondió el maestro. – Quiere que le ayudemos a encontrarla?- le preguntaron. – Encantado de que me ayuden- contestó él. Al oír esto, los discípulos se hincaron de rodillas y comenzaron también a repasar la hierba, hoja por hoja, para ver si encontraban la llave. Al cabo de varias horas uno de los discípulos preguntó, - Maestro, ¿tiene idea del lugar donde pudo haber perdido la llave? Él le respondió, - Claro que sí, la perdí dentro de la casa-. Los discípulos se miraron con gran asombro. – Entonces, ¿por qué la está buscando aquí?- exclamaron. El maestro les respondió, - ¡Porque fuera hay más luz!-.
Esta parábola está dirigida a la condición humana. A todos se nos ha extraviado la llave de la felicidad y la estamos buscando fuera de nosotros, donde es imposible encontrarla. Y la buscamos fuera porque es más fácil, más placentero, y hay más luz, aparte de que estamos más acompañados. Cuando nos proponemos encontrar felicidad por medio de los símbolos de seguridad y supervivencia, aprecio y afecto, y poder y control, podemos estar seguros de que muchas personas nos ayudarán, por la sencilla razón de que todo el mundo está haciendo lo mismo. Pero cuando buscamos la llave en donde realmente existe la posibilidad de encontrarla, nos vamos a hallar muy solos, abandonados por amigos y parientes que perciben algo amenazante en la búsqueda en que estamos empeñados. Una de las pruebas más duras en el camino espiritual es no tener el apoyo de nadie, o lo que es peor, encontrar oposición.
Cuando oímos la llamada de Cristo y nos decidimos a seguir sus huellas, muy pronto vamos a descubrir que aquellos programas que creemos que nos van a traer felicidad son totalmente opuestos a la escala de valores contenida en el Evangelio que deseamos adoptar. El sistema del “falso yo” no se desploma inerte cuando se lo exigimos. Pablo describe su experiencia de forma penetrante: “no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero”.
La batalla entre el viejo Yo y el nuevo Yo es un tema constante en el Nuevo Testamento. El “falso yo” puede adaptarse muy rápidamente a nuevas circunstancias, siempre y cuando no tenga que cambiar. Lo que hace entonces es manifestarse en un egocentrismo radical que se expresa por medio de diversas actividades humanas: en bienes materiales tales como riquezas y poder; en satisfacciones de orden emotivo tales como amistades; en objetivos intelectuales tales como un doctorado; en objetivos sociales tales como prestigio y posición social; en aspiraciones religiosas tales como ayuno y actos piadosos; y hasta en compromisos espirituales tales como la oración, la práctica de las virtudes y muchos ministerios de diversa índole.
El Evangelio nos invita a que nos responsabilicemos totalmente de nuestra vida emotiva. Tenemos la tendencia de culpar a otras personas o a circunstancias exteriores por el torbellino que experimentamos, cuando en verdad las mismas emociones aflictivas nos confirman que el problema lo llevamos dentro. Si no nos responsabilizamos de nuestros programas equivocados de felicidad en el ámbito de nuestro subconsciente y tomamos medidas para cambiarlos, nos van a dominar hasta el fin de nuestras vidas. Mientras estos programas estén funcionando dentro de nosotros, nos impedirán oír los gemidos de los demás pidiendo ayuda, puesto que los filtramos a través de nuestras propias necesidades emotivas, reacciones y valores preconcebidos.
El corazón del ascetismo cristiano y –la labor de la Cuaresma- es enfrentarse con los valores inconscientes que están ocultos detrás de los programas emotivos y “cambiarlos”. De ahí la necesidad de la disciplina de la oración contemplativa y de la acción que le sigue.



sábado, 7 de marzo de 2020

Stop 24








Cuando buscaba la Verdad según los demás, cada vez se retiraba más de mí … 
Ahora ando sólo conmigo mismo, y no hay otro más que yo; 
no obstante, no soy él… 
Una vez entendido esto, estoy con Él cara a cara.
Tung-shan

martes, 3 de marzo de 2020

Amigos del desierto







¿Quiénes son?

AMIGOS DEL DESIERTO es una red abierta de personas que hacen meditación, creyentes y no creyentes, interesadas en profundizar y difundir la experiencia del silencio y de la quietud. Se sienten herederos de los Padres y Madres del desierto, concretamente del hesicasmo, que practicó la llamada oración del corazón. Se mueven, pues, en una estela cristiana, convencidos del poder transformador, personal y social, de la contemplación.
Creen que el principal problema de nuestra sociedad contemporánea es el ruido y, en consecuencia, la dispersión. Por este motivo ofrecen espacios y tiempos de desierto y de silenciamiento, conscientes que el silencio nos acerca a la verdadera comunión.
AMIGOS DEL DESIERTO, da sus primeros pasos en febrero de 2014, de la mano del escritor y sacerdote Pablo d’Ors, y autor de Biografía del silencio. Se constituyen en asociación civil en mayo de ese mismo año, y fueron reconocidos por la Iglesia católica como asociación privada de fieles en julio de 2016.
AMIGOS DEL DESIERTO es una red de meditadores, herederos de la tradición de los Padres y Madres del desierto egipcio y sirio (s. III y IV), y de la corriente llamada hesicasmo (hesychía: tranquilidad o paz), movimiento espiritual que cobró fuerza en los siglos XII y XIII y se extendió hasta el XIX con la publicación en Occidente de los Relatos de un peregrino ruso, la principal fuente de divulgación de la llamada oración del corazón, de la que los Amigos del Desierto se hacen eco en su práctica meditativa.

El método de meditación practicado por los AMIGOS DEL DESIERTO es, sustancialmente, el propuesto por Franz Jalics, jesuita nacido en Budapest el 1927, en su libro Ejercicios de contemplación, si bien enriquecido con las aportaciones de John Main, monje benedictino. Tanto uno como otro han actualizado la tradición milenaria de los Padres y Madres del desierto.

En realidad, todo tiene su origen en la invitación de Jesús de Nazaret en el Sermón de la Montaña:

Cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Abba que está escondido; y tu Abba, que ve en lo secreto, te recompensará.
(Mt. 6, 6)









¿Qué es AMIGOS DEL DESIERTO?

UN MÉTODO DE MEDITACIÓN    (EL TRONCO)

UNA PUERTA:     LA SECUENCIA DE PENTECOSTÉS
UN ANCLAJE:     LAS MANOS
UN RITMO:           EL CARDIO-RESPIRATORIO
UN CAMINO:       EL MANTRA CRISTO-JESÚS / MARANATHA
UNA META:          LA ORACIÓN DEL ABANDONO

UNA TRADICIÓN ESPIRITUAL    (LAS RAÍCES)

UNA FUENTE:    LOS PADRES Y LAS MADRES DEL DESIERTO
UNA IMAGEN:    EL ICONO DE RUBLEV
UN PATRÓN:       CHARLES DE FOUCAULD
UNOS INTÉRPRETES:     THOMAS MERTON, FRANZ JALISC Y JOHN MAIN

UNA TRANSFORMACIÓN PERSONAL    (LAS RAMAS)

UNA CONVERSIÓN:         UN CORAZÓN PURO  (TIERRA)
UNA PURIFICACIÓN:      LA REDENCIÓN DE LAS SOMBRAS  (AGUA)
UNA ILUMINACIÓN:       LA IDENTIDAD EN EL SER  (FUEGO)
UNA UNIFICACIÓN:         LA COMUNIÓN ESPIRITUAL  (PAN)

UNA RED DE MEDITADORES

RETIROS:              FINES DE SEMANA DE INICIACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN
SEMINARIOS:     MEDITACIÓN SEMANAL EN GRUPO
FOROS:                   ÁMBITOS DE FORMACIÓN, INFORMACIÓN Y PARTICIPACIÓN
EJERCICIOS:       PERIODOS INTENSIVOS DE CONTEMPLACIÓN
VIGILIAS:              CELEBRACIONES RITUALES ABIERTAS

UN ESTILO DE VIDA

UN ANHELO:      LA QUIETUD Y LA PAZ
UN DESAFÍO:      LA RECONCILIACIÓN CON LA PATRIA ESPIRITUAL
UNA DETERMINACIÓN:                LA SENTADA
UN DESIERTO:   EL MONASTERIO DE SAN JOSÉ DE LAS BATUECAS
UNA TAREA:        INICIAR Y ACOMPAÑAR EN EL SILENCIO
UN TALANTE:     LA BENDICIÓN AMISTOSA
UN HORIZONTE:              LA CONTEMPLACIÓN DE LO COTIDIANO