EL
BUSCADOR
Se acercó al Maestro, vestido con ropas
sannyasi y hablando el lenguaje de los sannyasi:
«He estado buscando a
Dios durante años. Dejé mi casa y he estado buscándolo en todas las partes
donde Él mismo ha dicho que está: en lo alto de los montes, en el centro del
desierto, en el silencio de los monasterios y en las chozas de los pobres».
«Sería un engreído y un
mentiroso si dijera que sí. No; no lo he encontrado. ¿Y tú?».
¿Qué podía responderle el Maestro? El sol
poniente inundaba la habitación con sus rayos de luz dorada. Centenares de
gorriones gorjeaban felices en el exterior, sobre las ramas de una higuera
cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar ruido de la carretera. Un mosquito
zumbaba cerca de su oreja, avisando que estaba a punto de atacar... Y sin
embargo, aquel buen hombre podía sentarse allí y decir que no había encontrado
a Dios, que aún estaba buscándolo.
Al cabo de un rato, decepcionado, salió de la
habitación del Maestro y se fue a buscar a otra parte.
Deja de
buscar, buscador. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo,
abrir tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario