sábado, 31 de agosto de 2019

John Main: Crecer en la presencia

Crecer en la presencia



Se ha hecho todo tipo de afirmaciones extravagantes sobre la meditación: que quizá te ayudará a llevarte mejor con tu jefe, o que aumentará tu eficacia y productividad o reducirá tu estrés, haciendo de ti una persona más exitosa en general.

Nos cuesta imaginar que hay algo que merece la pena hacer por sí mismo, sin otra recompensa. La meditación es tan importante para nosotros justamente porque nos ayuda a descubrir esto y a tomarnos la vida como un proceso de crecimiento integral. Llevar una existencia llena de sentido implica conocer que nuestra vida constituye un proceso de maduración constante y cada vez más profundo.

La meditación es importante porque te permite dar el primer paso de todo crecimiento, a saber: echar raíces. Avanzamos en nuestro crecimiento personal al enraizarnos en nuestro centro más profundo e íntimo. La meditación, gracias a su carácter eminentemente práctico, nos lleva cada día a cuidar la vida de nuestro espíritu, a retornar a lo radical de nuestro centro.

Acostumbrarnos a sentarnos bien, quietos y erguidos, es muy útil para enraizarnos en la realidad. Es el primer paso que nos aleja de preocuparnos solo por nosotros mismos y, a la vez, nos encontramos en esa realidad mayor de la cual formamos parte.

Deja que el mantra resuene en tu corazón y en tu mente, enraizándote con suavidad en el centro. Despreocúpate por completo de tus pensamientos marginales y de la actividad de tu imaginación. No intentes reprimirlos o eliminarlos. Deja que el mantra, que resuena sin cesar, te vaya guiando hacia honduras que transcienden las palabras, los pensamientos y las imágenes. La meditación puede enseñarnos sencillamente a ser, ser uno, pleno y atento en la presencia del ser de Dios. De esto trata la meditación, de ponerse en presencia de Aquel que es. Y lo que descubrirás por i mismo es que basta con estar sin más en su presencia. Es decir, cuando eres plenamente la persona que Dios quiso que fueras cuando te creó.

Es preciso meditar todos los días. Se trata de adquirir una disciplina orientada no a lograr un beneficio personal, sino sencillamente a ser. Ser esa persona que Dios te llamó a ser cuando te creó consiste en estar enraizado en tu centro espiritual más profundo.

La fuerza de la meditación radica en que intentamos estar completamente en este momento presente, sin pensar en el pasado, sin lamentarlo y llorar por él, y sin analizarlo, y tampoco planeando el futuro. Dios es. Dios es amor. Dios es ahora. La meditación no es más que ese flujo de autotranscendencia que se despliega como una realidad única –la persona que somos- en el presente eterno de Dios. En la meditación simplemente estamos lo más abiertos que podemos al amor de este momento presente.

La meditación es el camino hacia la unidad, la armonía total entre cuerpo y espíritu. Es la vía que nos introduce en el misterio infinito del amor de Dios a medida que crecemos en la armonía plena, reverberante, entre nuestro espíritu y su Espíritu.

Recuerda el camino: siéntate quieto, con la espalda erguida. Luego, en silencio, en lo profundo del corazón, di la palabra. Dila desde el principio hasta el final. Cuando empieces, descubrirás que tus pensamientos van y vienen. No te lamentes ni te desanimes; esto te enseñará a ser humilde. Pero en cuanto te percates de que te has alejado de la palabra, vuelve a ella. Retómala una y otra vez. Sé fiel, sé paciente y busca un tiempo. Acepta el reto de meditar durante media hora. –esto sería lo ideal-, o al menos durante veinte minutos, cada mañana y cada tarde la vida.

Este camino te conducirá más allá de ti mismo, más allá de tus límites, hasta el amor ilimitado de Dios.

 Una palabra hecha camino, p. 29 ss.
Selección y subrayados: Daniel







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