Crecer en la presencia
Se ha hecho todo tipo de afirmaciones extravagantes sobre la
meditación: que quizá te ayudará a llevarte mejor con tu jefe, o que aumentará
tu eficacia y productividad o reducirá tu estrés, haciendo de ti una persona
más exitosa en general.
Nos cuesta imaginar que hay algo que merece la pena hacer
por sí mismo, sin otra recompensa. La
meditación es tan importante para nosotros justamente porque nos ayuda a
descubrir esto y a tomarnos la vida como un proceso de crecimiento integral.
Llevar una existencia llena de sentido implica conocer que nuestra vida
constituye un proceso de maduración constante y cada vez más profundo.
La meditación es
importante porque te permite dar el primer paso de todo crecimiento, a saber:
echar raíces.
Avanzamos en nuestro crecimiento
personal al enraizarnos en nuestro centro más profundo e íntimo. La meditación, gracias a su carácter
eminentemente práctico, nos lleva cada día a cuidar la vida de nuestro
espíritu, a retornar a lo radical de nuestro centro.
Acostumbrarnos a sentarnos bien, quietos y erguidos, es muy
útil para enraizarnos en la realidad. Es el primer paso que nos aleja de
preocuparnos solo por nosotros mismos y, a la vez, nos encontramos en esa
realidad mayor de la cual formamos parte.
Deja que el mantra resuene en tu corazón y en tu mente,
enraizándote con suavidad en el centro. Despreocúpate por completo de tus
pensamientos marginales y de la actividad de tu imaginación. No intentes
reprimirlos o eliminarlos. Deja que el mantra, que resuena sin cesar, te vaya
guiando hacia honduras que transcienden las palabras, los pensamientos y las
imágenes. La meditación puede enseñarnos
sencillamente a ser, ser uno, pleno y
atento en la presencia del ser de Dios. De esto trata la meditación, de ponerse en presencia de Aquel que es.
Y lo que descubrirás por i mismo es que
basta con estar sin más en su presencia. Es decir, cuando eres plenamente la persona que Dios quiso que fueras
cuando te creó.
Es preciso meditar todos
los días.
Se trata de adquirir una disciplina orientada no a lograr un beneficio
personal, sino sencillamente a ser. Ser esa persona que Dios te llamó a ser
cuando te creó consiste en estar enraizado en tu centro espiritual más profundo.
La fuerza de la
meditación radica en que intentamos estar completamente en este momento
presente, sin pensar en el pasado, sin lamentarlo y llorar por él, y sin
analizarlo, y tampoco planeando el futuro. Dios es. Dios es amor. Dios es ahora.
La meditación no es más que ese flujo de autotranscendencia que se despliega
como una realidad única –la persona que somos- en el presente eterno de Dios.
En la meditación simplemente estamos lo más abiertos que podemos al amor de
este momento presente.
La meditación es el camino hacia la unidad, la armonía total
entre cuerpo y espíritu. Es la vía que nos introduce en el misterio infinito
del amor de Dios a medida que crecemos en la armonía plena, reverberante, entre
nuestro espíritu y su Espíritu.
Recuerda el camino:
siéntate quieto, con la espalda erguida. Luego,
en silencio, en lo profundo del corazón, di la palabra. Dila desde el principio hasta el final.
Cuando empieces, descubrirás que tus pensamientos van y vienen. No te lamentes
ni te desanimes; esto te enseñará a ser humilde. Pero en cuanto te percates de
que te has alejado de la palabra, vuelve a ella. Retómala una y otra vez. Sé
fiel, sé paciente y busca un tiempo. Acepta
el reto de meditar durante media hora. –esto sería lo ideal-, o al menos
durante veinte minutos, cada mañana y cada tarde la vida.
Este camino te conducirá
más allá de ti mismo, más allá de tus límites, hasta el amor ilimitado de Dios.
Una palabra hecha camino, p. 29 ss.
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