sábado, 15 de febrero de 2020

Thomas Keating: La historia de la oración contemplativa en la tradición cristiana (II)

Thomas Keating

LA HISTORIA DE LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA EN LA TRADICIÓN CRISTIANA    (II)

Los hechos históricos descritos en la parte I de este mismo título pueden ayudar a explicar cómo la espiritualidad tradicional del Occidente se llegó a perder en los últimos siglos y por qué el Concilio Vaticano II tuvo que prestarle atención directamente a este problema tan agudo y decidirse a auspiciar la renovación espiritual.
Son dos las razones por las cuales la oración contemplativa está siendo el objeto de renovada atención en nuestros tiempos. Una es que los estudios históricos y teológicos han desempolvado las enseñanzas íntegras de San Juan de la Cruz y otros maestros de la vida espiritual. La otra es el reto oriental que surgió tras la II Guerra Mundial.
La teología mística en la Iglesia Católica Romana comenzó a revivir con la publicación de Las Categorías de la Vida Espiritual, escrito por Abbé Saudreau en 1896. Basó su investigación en las enseñanzas de San Juan de la Cruz. Este enseña que la contemplación comienza con lo que él llama “la noche de los sentidos”. Este es un territorio desconocido entre la actividad propia y la inspiración directa del Espíritu Santo. Es una experiencia común entre aquellos que han practicado la meditación discursiva por un período de tiempo extenso. Se llega a un punto en el que no hay nada nuevo que decir, pensar, o sentir. La noche del espíritu es un madurar semejante al proceso de transición de la niñez a la adolescencia en la vida cronológica. La emotividad y el sentimentalismo, propio de la niñez, comienza a dejarse de lado para dar paso a una relación más madura con Dios. Al mismo tiempo, las facultades, por el hecho de que Dios ya no apoya los sentidos o la razón, parecen convertirse en inservibles. Uno se va convenciendo cada vez más de que simplemente ya no puede orar.
San Juan de la Cruz dice que todo lo que uno tiene que hacer en este estado es mantener la paz, sin tratar de pensar, y permanecer delante de Dios con fe en Su presencia, retornando continuamente a Él como si se abrieran los ojos para mirar a un ser querido.  Los que se encuentran en este estado sienten gran ansiedad, pues piensan que están retrocediendo. Creen que todo lo bueno que experimentaron durante los primeros años de su conversión ha llegado a su fin.
San Juan de la Cruz afirma que aquellos que se entregan a Dios se introducen muy rápidamente en la noche de los sentidos. Este desierto interior es el comienzo de la oración contemplativa aun cuando no sean conscientes de ello.
¿Cuánto tarda ese “muy rápido” de las enseñanzas de San Juan de la Cruz?. No lo aclara. Pero la idea de que uno tiene que someterse a muchos años de pruebas sobrehumanas, encerrarse detrás de los muros de un convento o machacarse con diversas prácticas ascéticas antes de poder aspirar a la contemplación, es una actitud jansenista. Lo correcto es exactamente lo opuesto, cuanto más pronto se puede experimentar la oración contemplativa, tanto más rápidamente se percibirá la dirección hacia la cual se dirige la jornada espiritual.
La idea de que las personas laicas emprendan el camino espiritual no es algo nuevo. En las tradiciones espirituales de las diferentes religiones del mundo, tanto de Oriente como de Occidente, la tendencia ha sido aislar a los que van en pos de este camino, colocarlos en lugares especiales, y yuxtaponerlos con los que llevan una vida familiar, profesional o de negocios en el mundo. Pero esta distinción está comenzando a cambiar.
Con respecto a la tradición cristiana, el expositor de la escuela teológica de Alejandría del siglo IV, Orígenes, consideraba que la comunidad cristiana en el mundo era el lugar  apropiado para practicar la ascesis. Fue sólo a través del ejemplo de Antonio de Egipto y del libro que Atanasio escribió sobre ese tema, como se estableció la práctica de que había que dejar atrás el mundo para seguir la ruta cristiana hacia la divina unión. En ningún momento fue su intención convertirla en la única forma de lograr esa unión. La esencia de la vida monástica no es la estructura del monasterio, sino su práctica interior, y el alma de la práctica interior es la oración contemplativa.
Estoy convencido de que si las personas no se ven nuca expuestas a algún tipo de oración libre de conceptos, es posible que jamás lleguen a desarrollarse, debido a la interferencia de la excesiva intelectualización en la cultura occidental y a la tendencia anti-contemplativa de las enseñanzas cristianas en los últimos siglos. Ha existido una fuerte tendencia a sumir que la oración contemplativa estaba reservada exclusivamente para las personas religiosas de clausura.
El cultivo del silencio interior constituye un camino privilegiado para dirigirse hacia la oración contemplativa.


Mente abierta, corazón abierto, p. 23-32

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