Thomas
Keating
LA HISTORIA DE LA
ORACIÓN CONTEMPLATIVA EN LA TRADICIÓN CRISTIANA (II)
Los hechos
históricos descritos en la parte I de este mismo título pueden ayudar a
explicar cómo la espiritualidad tradicional del Occidente se llegó a perder en los
últimos siglos y por qué el Concilio Vaticano II tuvo que prestarle atención
directamente a este problema tan agudo y decidirse a auspiciar la renovación
espiritual.
Son dos las
razones por las cuales la oración contemplativa está siendo el objeto de renovada
atención en nuestros tiempos. Una es que los estudios históricos y teológicos
han desempolvado las enseñanzas íntegras de San Juan de la Cruz y otros
maestros de la vida espiritual. La otra es el reto oriental que surgió tras la
II Guerra Mundial.
La teología
mística en la Iglesia Católica Romana comenzó a revivir con la publicación de Las Categorías de la Vida Espiritual,
escrito por Abbé Saudreau en 1896. Basó su investigación en las enseñanzas de
San Juan de la Cruz. Este enseña que la contemplación comienza con lo que él
llama “la noche de los sentidos”. Este es un territorio desconocido entre la
actividad propia y la inspiración directa del Espíritu Santo. Es una
experiencia común entre aquellos que han practicado la meditación discursiva
por un período de tiempo extenso. Se llega a un punto en el que no hay nada
nuevo que decir, pensar, o sentir. La noche del espíritu es un madurar
semejante al proceso de transición de la niñez a la adolescencia en la vida
cronológica. La emotividad y el sentimentalismo, propio de la niñez, comienza a
dejarse de lado para dar paso a una relación más madura con Dios. Al mismo
tiempo, las facultades, por el hecho de que Dios ya no apoya los sentidos o la
razón, parecen convertirse en inservibles. Uno se va convenciendo cada vez más
de que simplemente ya no puede orar.
San Juan de
la Cruz dice que todo lo que uno tiene que hacer en este estado es mantener la
paz, sin tratar de pensar, y permanecer delante de Dios con fe en Su presencia,
retornando continuamente a Él como si se abrieran los ojos para mirar a un ser
querido. Los que se encuentran en este
estado sienten gran ansiedad, pues piensan que están retrocediendo. Creen que
todo lo bueno que experimentaron durante los primeros años de su conversión ha
llegado a su fin.
San Juan de
la Cruz afirma que aquellos que se entregan a Dios se introducen muy
rápidamente en la noche de los sentidos.
Este desierto interior es el comienzo de la oración contemplativa aun cuando no
sean conscientes de ello.
¿Cuánto
tarda ese “muy rápido” de las enseñanzas de San Juan de la Cruz?. No lo aclara.
Pero la idea de que uno tiene que someterse a muchos años de pruebas
sobrehumanas, encerrarse detrás de los muros de un convento o machacarse con
diversas prácticas ascéticas antes de poder aspirar a la contemplación, es una
actitud jansenista. Lo correcto es exactamente lo opuesto, cuanto más pronto se
puede experimentar la oración contemplativa, tanto más rápidamente se percibirá
la dirección hacia la cual se dirige la jornada espiritual.
La idea de
que las personas laicas emprendan el camino espiritual no es algo nuevo. En las
tradiciones espirituales de las diferentes religiones del mundo, tanto de
Oriente como de Occidente, la tendencia ha sido aislar a los que van en pos de
este camino, colocarlos en lugares especiales, y yuxtaponerlos con los que
llevan una vida familiar, profesional o de negocios en el mundo. Pero esta
distinción está comenzando a cambiar.
Con respecto
a la tradición cristiana, el expositor de la escuela teológica de Alejandría
del siglo IV, Orígenes, consideraba que la comunidad cristiana en el mundo era
el lugar apropiado para practicar la
ascesis. Fue sólo a través del ejemplo de Antonio de Egipto y del libro que
Atanasio escribió sobre ese tema, como se estableció la práctica de que había
que dejar atrás el mundo para seguir la ruta cristiana hacia la divina unión.
En ningún momento fue su intención convertirla en la única forma de lograr esa
unión. La esencia de la vida monástica no es la estructura del monasterio, sino
su práctica interior, y el alma de la práctica interior es la oración
contemplativa.
Estoy
convencido de que si las personas no se ven nuca expuestas a algún tipo de
oración libre de conceptos, es posible que jamás lleguen a desarrollarse,
debido a la interferencia de la excesiva intelectualización en la cultura
occidental y a la tendencia anti-contemplativa de las enseñanzas cristianas en
los últimos siglos. Ha existido una fuerte tendencia a sumir que la oración
contemplativa estaba reservada exclusivamente para las personas religiosas de
clausura.
El cultivo
del silencio interior constituye un camino privilegiado para dirigirse hacia la
oración contemplativa.
Mente abierta, corazón abierto,
p. 23-32
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