Es
maravilloso constatar cómo conseguimos grandes cambios en la quietud más
absoluta. Porque no es solo que el silencio sea curativo, también lo es la
quietud. Ante todo hay que decir que el silencio en quietud es muy diferente al
silencio en movimiento. Está demostrado científicamente que los ojos que no se
mueven propician en el sujeto una concentración mayor que si se tienen en
movimiento. Al moverse es muy fácil, casi inevitable, estar fuera de nosotros.
La quietud, por contrapartida, invita a la interiorización. Es necesario pasar
por la quietud para adiestrarse en el dominio de sí, sin el que no puede
hablarse de verdadera libertad.
En la meditación
no hay, al menos en apariencia, un desplazamiento significativo de un lugar a
otro; hay más bien una suerte de instalación en un no-lugar. Ese no-lugar es el
ahora, el instante es la instancia.
Tras mucho
pensarlo, he concluido que lo que más me gusta de meditar es que resulta un
espacio –un tiempo- no dramático. A quien no medita le gusta, por lo general,
vivir con emociones; a quien medita, en cambio, sin ellas. Al meditar se
descubre que a la vida no hay que añadirle nada para que sea vida y, todavía
más, que todo lo que le añadimos la desvitaliza.
Meditar es,
fundamentalmente, sentarse en silencio, y sentarse en silencio es,
fundamentalmente, observa los movimientos de la propia mente. Observar la mente
es el camino. ¿Por qué? Porque mientras se observa, la mente no piensa. Así que
fortalecer al observador es el modo para acabar con la tiranía de la mente, que
es la que marca la distancia entre el mundo y yo.
Sentándome y
observándome he posibilitado esos chispazos o intuiciones que me han
descubierto quién soy mucho más que reflexionando sobre mi personalidad por la
trillada vía del análisis. Cuando me siento y me observo, no pasa por lo
general mucho tiempo hasta que me descubro en otro lugar: me he escapado de mí
y debo regresar.
Yo medito
exactamente como vivo: con miedos, con imágenes, con conceptos… Nadie se sienta
a meditar con lo que no es.
Pero no
basta con sentarse en silencio, hay que observar lo que sucede dentro: esas son
las reglas del juego. La observación, la contemplación, es efectiva. Mirar algo
no lo cambia, pero nos cambia a nosotros.
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