Willigis Jäger
Por
el camino
de
la ejercitación espiritual
Todo está en
constante movimiento. Nada es estable, nada perdura. Lo sabemos y, sin embargo,
la mayoría del tiempo corremos como con anteojeras por la vida y creemos que lo
auténtico todavía está por venir.
Pero si nos
internamos en un camino espiritual, reconocemos inmediatamente nuestra
caducidad y experimentamos al mismo tiempo cuánto estamos apegados a las cosas,
cuánto nos vemos atrapados por las pasiones y por la avidez, y cuánto corremos
sin cesar tras nuestras representaciones e ideas de la felicidad, sin reconocer
que todo ya está dado, pues la plenitud de nuestra vida está en el aquí y
ahora.
Saber acerca
de nuestra caducidad nos llena de miedo. Sentimos nuestra alienación de la vida
e intentamos recomponer los añicos de nuestro yo con ayuda de programas
psicológicos.
Pero por un
camino de ejercitación espiritual no se procede a recomponer nada. Antes bien,
ese camino nos conduce hacia el fondo, allí donde no hay división alguna. Por ese
camino no puede alcanzarse nada: la consigna es, simplemente, llegar a donde ya
estamos y somos, y donde siempre estábamos y éramos. Nos abrimos a lo que es.
Por eso, el camino no es el hacer, sino el ser.
Se trata de
salir hacia nuestra verdadera esencia. Nuestra verdadera esencia es vacía,
omnipresente, silenciosa y pura. No obtenemos nada para añadirle. Sólo
despertamos. El camino hacia ahí pasa por una praxis espiritual que nos apoya
en el desasimiento, hasta que ya no estamos apegados a nada. La transformación
se opera en nuestro interior y nos posibilita una forma totalmente nueva de
vivir el momento.
No podemos
esperar de nuestro yo que abandone tan contento su dominio. Pero justamente
esto es lo que exige de nosotros todo verdadero camino espiritual. Por eso, en
el zen decimos: muere en tu cojín.
“Tienes que
nacer de nuevo”, dice Jesús. ¡Muere y deviene! Pues en la medida en que nuestro
pequeño yo muere –ese angustiado, desesperado, agresivo, oportunista y
demasiadas pocas veces jovial conglomerado de procesos psíquicos- podemos
acceder a nuestro verdadero ser y experimentar confianza, alegría y certidumbre
en el oscilar propio de nuestra cambiante vida. De este proceso surge un yo
nuevo, fuerte, que vive a partir de ese fondo primordial.
Esto se dice
con facilidad, pero en la realidad se presenta mucho más difícil. Cuando el
médico comunica a un paciente que tiene cáncer, cuando alguien pierde una
pierna en un accidente, cuando las personas pasan a necesitar cuidados
continuos, cuando los padres pierden a un hijo, entonces estas palabras
adquieren un significado totalmente distinto, un significado trágico. Ninguno
de nosotros, si es sincero, puede dar un “sí” de corazón a todas las
situaciones de su vida.
Tampoco se
nos exige: lo que se nos exige es aceptar la situación que no podemos
transformar. En la aceptación de lo que no podemos cambiar se cifra el
auténtico proceso de transformación.
Sabiduría
eterna, p. 18-20
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