No
es un modelo de última generación, no es una receta para el éxito, no es una
técnica, no es la última novedad del mercado. Tampoco es una píldora para el
bienestar personal o para combatir el estrés, o para obtener éxito profesional.
Es algo
sumamente simple. Requiere únicamente quietud y silenciamiento. La meditación tiene una larga historia. Es una destilación de la esencia de la experiencia del
hesicasmo (hesychía: tranquilidad o
paz) de los primeros Padres y Madres del desierto egipcio y sirio de los s. III
y IV, traducida a Occidente por Juan Casiano y mantenida principalmente a
través de la Regla de San Benito (s. VI). En realidad tiene su origen en la
invitación de Jesús de Nazaret en el Sermón de la Montaña:
Cuando
ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Abba que está escondido;
y tu Abba, que ve en lo secreto, te recompensará.
(Mt.
6,6)
El
camino de la meditación es acogido por la espiritualidad contemplativa inglesa
del s. XIV en La Nube del No Saber y
practicado hasta la excelencia por Juan de la Cruz y Teresa de Jesús. Hasta el
s. XVI es considerado un camino para ser transitado por cualquier cristiano.
Posteriormente, en previsión de “excesos, posibles excentricidades o abusos”, queda relegado a expertos y
selectos.
En
los años setenta-ochenta del siglo pasado, el monje benedictino John Main (1926-1982), y Thomas Keating (1923), monje cisterciense, por caminos muy
paralelos, consideraron que era momento de que el camino de la contemplación
saliera del armario y se hiciera accesible a toda persona sincera.
Amigos del desierto, una
red abierta de meditadores cristianos y no cristianos, iniciada por Pablod’Ors, interesados en profundizar y difundir la experiencia del silencio y la
quietud, se siente heredera de los Padres del desierto y del hesicasmo. Concretamente
sigue la estela de John Main.
¿Cómo
podemos encontrar el camino que nos lleve a la experiencia cristiana esencial? -se
pregunta J. Main- en Una palabra hecha camino. Meditación y silencio interior. Su propuesta es diáfana: a través del
camino de la meditación. Nada de autocomplacencia, nada de solipsismo, de nada
se huye, ninguna búsqueda de estados alterados de la mente.
Aquietar
y silenciar. Esta es la única actividad necesaria. De esto trata la meditación,
de ponerse en presencia de Aquel que es.
Basta con estar sin más en su presencia. Entonces somos plenamente la persona
que Dios quiso que fuéramos cuando nos creó. ¿Por qué merece la pena meditar? Creo que, en
última instancia, –dice Main- todos contestamos lo siguiente: en distintos
momentos de nuestra vida, hemos querido comprometernos con la verdad,
comprometernos con Dios. La meditación responde a esta necesidad.
¿Cómo puedo meditar? Para aprender a meditar hemos de aprender a
estar en profundo silencio. La meditación es un concepto muy simple. No hay
nada complicado ni esotérico al respecto. En esencia, meditar consiste simplemente en estar en calma en el centro de tu ser. Conocer a Dios, crecer y
estar en calma son experiencias que se producen en el centro de tu ser. El
camino que seguimos comienza por sentarnos completamente quietos (lo cual no
significa “inactivos”). Lo segundo es aprender a decir la palabra, con la que
meditamos, nuestro mantra, con total atención, es decir, aprender a aquietarnos
a nivel mental. La calma y el mantra son los dos elementos esenciales de
nuestra meditación. Esta es la sencillez absoluta.
¿Cuál es el sentido del mantra? John Main lo aprendió de su maestro hindú. El
maestro que me enseñó a meditar –dice- me lo presentó con claridad meridiana.
Su enseñanza se resumía en tres palabras: recita tu mantra. Decir el mantra es lo primero que tenemos que entender. Puede
llevarte –sigue afirmando Main- cinco o diez años comprender la importancia de
recitar el mantra desde el comienzo hasta el final, sin cesar. Lo esencial del
mantra (Palabra Sagrada lo llama T. Keating) es conducirte al silencio. No se
trata, por supuesto, de una palabra mágica. No tiene propiedades esotéricas ni
nada parecido. Es sencillamente una palabra sagrada en nuestra tradición, como Maranatha, Abbá, Amor, Jesús, … Busca tu
mantra, aquel con el que te sientas cómodo. A la sencillez se entra por la
puerta de la práctica. Nuestra práctica consiste en la recitación del mantra.
Repetirlo con claridad, con atención. Si puedes, inhálalo y exhálalo en
silencio. Recítalo desde el principio hasta el final. No te pongas a
analizarlo, no analices lo que estás haciendo. No pienses en lo que estás
haciendo; antes bien, sé uno con lo que estás haciendo.
¿Por qué el mantra? La experiencia inmediata del meditador es
constatar el constante ruido interior que nos posee. Este incesante ruido puede
personificarse en los pensamientos. Pero “pensamiento” es cualquier percepción,
bien sean recuerdos, planes, visualizaciones, imágenes, sensaciones externas o
internas, sentimientos o auto reflexiones, cualquier tipo de reflexión, … El
mantra es como un faro que guía nuestro rumbo, así que debemos fijar nuestra
atención en él. Si desviamos nuestra atención del mantra, hacia los “pensamientos”,
estamos perdidos. Regresamos al narcisismo, a la obsesión por nosotros mismos.
Es extraordinariamente sencillo. Así
pues –repite una y otra vez Main- insisto en la importancia de decir la
palabra. No pienses en Dios, no pienses en ti mismo. No analices a Dios, no te
analices a ti mismo. Guarda silencio. Permanece quieto y estate con él, en su
presencia.
El
mantra es como la aguja de la brújula. Te orienta siempre hacia tu destino.
Apunta en la dirección que debes seguir, lejos de ti mismo hacia Dios, y cuando
tu ego te lleve por otros derroteros, la brújula seguirá indicándote fielmente
la buena dirección. El mantra, si lo dices con generosidad, fidelidad y amor,
siempre te señalará la dirección hacia Dios, y es solo en él donde se revela
nuestro verdadero sentido.
¿Cómo comienzo? Cuando comiences a meditar, cuanto
menos pienses en Dios, cuanto menos hables de Dios, mejor. Permanece abierto
sin condiciones a su don, el cual consiste en tu ser persona. Un aspecto muy
importante de la disciplina es aprender a sentarse completamente quieto. Te
entrarán ganas de moverte, o de rascarte la nariz, o de abrir los ojos, pero al
sentarte quieto estás dando un paso muy importante en este camino que te aleja
del egoísmo, de la obsesión por ti mismo. Para meditar tan solo necesitas unas
pocas indicaciones. Debes estar quieto. En las primeras semanas has de aprender
a sentarte absolutamente quieto como
primer paso para estar en completa
calma. Una vez sentado y aquietado tanto como
puedas, comienza a decir tu mantra sin cesar, continuamente, acompañando la
respiración.
La
doctrina básica de la meditación se condensa en esta breve frase: di tu mantra. No te molestes en pensar
en su significado. Tampoco pienses en Dios. De hecho, no pienses en nada. Di tu
palabra, recítala y escúchala. Lo único que necesitas saber es que resulta
fundamental que recites tu mantra todos los días de tu vida, por la mañana y
por la tarde. Necesitamos dedicar
veinte minutos cada mañana y cada tarde (media hora si puede ser) a estar
quietos, a ser sencillos y a “descansar en el Señor”, como decían los
primitivos monjes.
Recuerda,
la meditación no consiste en hacer que suceda algo –a ti o al cosmos-. Todo ha
sucedido ya. Si adoptamos una actitud receptiva y de disponibilidad, todo lo
demás se nos dará. Más allá de esto, todo es don. Lo que necesitamos es estar
ahí. Y la meditación es una forma sencilla de estar ahí.
La
meditación no es una técnica. Es un camino.
Es el camino que es Cristo. Es el camino que lleva a un estado pleno de ser. Al
meditar, aprendemos a estar plenamente alerta, a aceptarnos por completo, a
amarnos a nosotros mismos y a tomar conciencia de que estamos enraizados y
cimentados en la realidad absoluta que llamamos Dios.
Finalmente. Es preciso meditar todos los días.
Se trata de adquirir una disciplina orientada no a lograr un beneficio
personal, sino sencillamente a ser.
Sé fiel, sé paciente, y busca un tiempo. Acepta el reto de meditar durante media hora
–eso sería lo ideal- o al menos durante veinte minutos, cada mañana y cada
tarde de tu vida. Es un tiempo de pobreza, de silencio, de olvido de sí, no un
momento para analizarnos, para reflexionar sobre nuestras motivaciones o para
determinar si somos virtuosos o pecadores.
La
meditación es el itinerario que nos lleva, más allá de nuestra existencia, a
nuestro ser. A nuestro ser singular. Es el camino que nos conduce al núcleo
esencial de qué y quiénes somos. Cuando llevas un tiempo practicando la
meditación -asegura Main-, descubres que meditar es lo más natural y obvio que
se puede hacer. Meditamos porque sabemos con certeza que hemos de atravesar y
transcender nuestra esterilidad. Debemos ir más allá de un sistema cerrado, de
una mente que no hace más que mirarse a sí misma. Cada vez tenemos más claro
que hemos de pasar del aislamiento al amor. La conciencia personal da paso a la
verdadera conciencia. Empezamos a conocer lo que existe más allá de nuestros
limitados horizontes, lo que es, lo que Dios es: descubrimos que Dios es Amor.
No
dedicamos media hora por la mañana y media hora por la tarde a buscar “un poco
de religión” o a cultivar la espiritualidad como parte de un programa para
mejorar la salud, o para mejorar nuestra imagen. Más bien, mediante esos ratos
de media hora pretendemos vivir la eternidad. Tratamos de dejar a un lado todo
lo que es transitorio y vivir en la eternidad de Dios. Adentrarnos en nuestra
propia identidad personal significa sumergirnos en Dios. Esta es la vocación
que cada uno de nosotros ha recibido: conocerse en Dios.
Más
allá del camino, de la quietud y el silenciamiento, todo es don. Nada es
conquista ni trofeo por el esfuerzo propio. Lo único que se nos pide es
absolutamente sencillo: recita tu mantra, todos los días, por la mañana y por la tarde.
Daniel
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