sábado, 14 de diciembre de 2019

Thomas Keating: Lo que la oración contemplativa no es



Thomas Keating
LO QUE LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA NO ES


El enumerar aquellas cosas que la oración contemplativa no es, puede ayudar a aclarar y poner en perspectiva lo que es.
El “primer” punto es que la contemplación no es un ejercicio de relajación, sino que ésta puede ser un efecto secundario. Es ante todo una relación y esto, de hecho, la convierte en algo intencional. No es una técnica, sino una oración. Cuando decimos “Oremos” lo que deseamos expresar es “Entremos en relación con Dios”, o “Profundicemos la relación que ya tenemos”, o “Practiquemos nuestra relación con Dios”. La meditación en silencio y quietud es un método para llevar nuestra relación progresiva con Dios hasta el nivel de fe pura. Fe pura es la fe que va más allá del nivel mental egoico y de la meditación discursiva y de ciertas acciones hasta alcanzar el nivel intuitivo de la contemplación. La meditación no está diseñada para que produzca una experiencia intensa como la que se puede lograr al ingerir Peyote o LSD. Tampoco es una forma de auto hipnosis. Simple y llanamente es un método que lleva a la oración contemplativa.
El “segundo” aspecto es que la contemplación no es un don carismático. Los carismas están diseñados para la edificación de la comunidad. Se puede ser contemplativo y carismático al mismo tiempo, y una persona puede no ser contemplativa y haber recibido uno o más de los dones carismáticos. En otras palabras, no tiene que existir, necesariamente, una conexión entre las dos cosas.
La oración contemplativa depende del crecimiento de la fe, la esperanza y la caridad o amor divino, y tiene que ver con la purificación, curación y santificación de la sustancia del alma y sus facultades. Los dones carismáticos sirven para la edificación de la comunidad local y pueden haber sido impartidos a personas que no necesariamente tienen que estar bien avanzadas en el camino espiritual.
Los dones carismáticos claramente existen para que se beneficien los demás. Incluyen la interpretación de las lenguas, la profecía, la curación, la administración, la palabra de sabiduría y la enseñanza inspirada.
La tradición católica nos enseña que el camino estrecho y recto de la oración contemplativa es el más seguro y fiable para lograr llegar a la santidad. Los dones carismáticos se consideran secundarios o imprevistos en ese camino. El proceso de transformación depende del crecimiento de la fe, la esperanza y la caridad o amor divino. La oración contemplativa es el fruto de dicho crecimiento y lo fomenta.
El “tercer” aspecto es que la oración contemplativa no es un fenómeno parapsicológico, como la precognición (saber de antemano), el conocimiento de lo que sucede en la distancia, el control sobre las funciones corporales, tales como los latidos del corazón y la respiración, experiencias como salirse del cuerpo, de levitación, y otros fenómenos extraordinarios de orden sensorial o psíquico. El nivel psíquico de la conciencia humana está por encima del estado mental egoico, que es el nivel general del desarrollo humano actual.
En todo caso, cualquier fenómeno de orden psíquico es como la crema que adorna un pastel, y no podemos sobrevivir sólo con eso. Por lo tanto, no debemos darle demasiada importancia a los dones psíquicos, ni pensar que la santidad se manifiesta por medio de fenómenos extraordinarios. La tradición cristiana siempre ha aconsejado que se eviten dentro de lo posible los dones extraordinarios, porque es difícil seguir siendo humilde una vez que se han recibido. Por experiencia se sabe que cuanto más extraordinarios sean los dones, tanto más difícil resulta desapegarse de ellos.
A primera vista los poderes extraordinarios, fisiológicos o psíquicos, aparentan ser cualidades humanas innatas que pueden desarrollarse al practicar ciertas disciplinas. Debe quedar bien claro que no tienen nada que ver con la santidad o con el crecimiento de nuestra relación con Dios. Creer que son la prueba de un gran desarrollo espiritual es un grave error.
En “cuarto” lugar la oración contemplativa no es un fenómeno místico. Al decir fenómeno místico, me refiero al éxtasis corporal, a las visiones interiores y exteriores, a palabras pronunciadas, expresadas en la imaginación, o impresas en el espíritu de la persona cuando alguna de estas son el resultado de la gracia especial de Dios en el alma. San Juan de la Cruz considera en El Ascenso al Monte Carmelo todo fenómeno espiritual imaginable, desde el más externo hasta el más interno, y ordena a sus discípulos que los rechacen todos. De acuerdo a su enseñanza, es la fe pura lo que tiene un significado más próximo a la unión con Dios.
Mucho más fiables que las visiones, locuciones y el proceso de razonamiento son las impresiones que el Espíritu impregna en la oración, hacia las cuales nos sentimos continua y suavemente inclinados. La voluntad de Dios no siempre es fácil de discernir; tenemos que pesar todas sus distintas indicaciones y luego decidir.
Llegamos entonces a la cuestión de las gracias místicas. Son las más difíciles de distinguir porque están demasiado entretejidas con nuestra psique. Al decir gracias místicas me refiero a la afluencia de la presencia de Dios en nuestras facultades o su radiante Presencia cuando nos invade espontáneamente. Los diferentes niveles de oración mística han sido descritos claramente por Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, e incluyen el recogimiento infundido, la oración de quietud, la oración de unión, la oración de unión plena, y finalmente la oración transformadora. ¿Es posible ser una persona contemplativa y llegar a la unión transformadora sin haber experimentado las gracias místicas como se han descrito? Estoy convencido de que es un error identificar el “experimentar” la oración contemplativa con la oración contemplativa en sí, que trasciende cualquier impresión que se tenga de la presencia radiante de Dios o de su afluencia en el espíritu.
¿Cuál es, entonces, la esencia de la oración contemplativa? El camino de la fe pura. Nada más. No es necesario que la sientas, sino que la practiques.




                                                                  Mente abierta, corazón abierto, p. 33-43



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