LA
FLECHA
ENVENENADA
En cierta ocasión se acercó un monje a Buda y le dijo: «¿Sobreviven a la muerte las almas de los
justos?».
Como era propio de él, Buda no respondió.
Pero el monje insistía. Y todos los días
volvía a hacerle la misma pregunta;
y un día tras otro recibía el silencio como respuesta. Hasta que no pudo
soportarlo
y amenazó con abandonar el monasterio
si no le era respondida aquella pregunta de vital importancia para él;
porque ¿a santo de qué iba él a sacrificarlo todo para vivir en el
monasterio, si las almas de los justos no iban a sobrevivir a la muerte?
Entonces Buda, compadecido, rompió su silencio
y le dijo:
«Eres como un hombre que fue
alcanzado por una flecha envenenada y al poco tiempo estaba agonizando.
Sus parientes se apresuraron a
llevar a un médico junto a él, pero el hombre se negó a que le extrajeran la
flecha o se le aplicara cualquier otro remedio mientras no le dieran respuesta
a tres importantes preguntas: Primero, el hombre que le disparó ¿era blanco o
negro? Segundo, ¿era un hombre alto o bajo? Y tercero, ¿era un bracmán o un
paria? Si no le respondían a estas tres preguntas, el hombre se negaba a
recibir todo tipo de asistencia».
El monje se quedó en el monasterio.
Es mucho más placentero hablar del camino que recorrerlo; o
discutir acerca de las propiedades de una medicina que tomarla.
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